jueves, 15 de julio de 2010

Discografía




Vamos a realizar un pequeño análisis de los discos publicados por La casa azul, con una gran ayuda de Youtube, que nos dará la mayor parte de las canciones del grupo y de una página web llamada: http://lafonoteca.net/ ; que de mano de sus distintos artículos publicados por L.S.Daniel nos hacercaremos al estilo y a la historia de cada disco...

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El Sonido Efervescente de La Casa Azul



Como el propio grupo, el primer disco de La Casa Azul, (en realidad un mini-LP con seis canciones “oficiales” que aparecen en los créditos, una intro que no aporta gran cosa, y un bonus track en clave acústica) hay que situarlo dentro del contexto del momento. “El Sonido Efervescente de La Casa Azul” (Elefant, 2000) es un disco casi imposible de imaginar tan sólo dos ó tres años antes dentro del panorama de la música independiente española. Panorama que nada tenía que ver con el del cambio de siglo y la explosión de música pop en español que acaeció tras el boom comercial del primer disco de Los Fresones Rebeldes, y el advenimiento de lo que unos llamaron “nuevo pop español” (en contraposición al indie y al noise) y otros tan sólo tontipop, dejando claro lo que opinaban de él.

Tras unas excelentes maquetas, La Casa Azul era el secreto mejor guardado de la música española del momento. Mucha culpa de ello la tenía la canción “Cerca de Shibuya”, que había aparecido en multitud de recopilaciones que regalaban los tan en boga fanzines fotocopiados, que solían incluir casettes con la música del momento. Además, el programa de Radio 3 Flor de Pasión presentado por Juan de Pablos, otro de los responsables de esta nueva ola del pop español (y en español), no dejaba de recomendar y pinchar al “grupo”. En especial este tema.

Ocupando su lugar natural en el sello al que más se adecuaban (Elefant Records había reinventado el panorama de la música española abanderando este nuevo movimiento del pop español de nuevo, como hicieron casi diez años antes con los grupos en inglés), parecía extraño el formato elegido para este debut. Comercialmente no era el más atractivo y además gastaba muchos de sus temas míticos en un disco que algunos medios no consideraban un larga duración como tal, con lo que eso conllevaba en cuanto a ser ignorado a nivel de críticas, listas de final de año, etc.

A la postre esto se rebela como uno de los mejores aciertos. Nunca el grupo vuelve a sonar tan compacto, intenso, liviano, sin los altibajos que salpican sus dos siguientes esfuerzos. Dentro de un primer paso que podría verse, de manera equivocada, como una forma de probar la solidez del terreno, Guille Milkyway, único miembro del grupo fantasma, entrega una obra atemporal, clásica pero contemporánea y sin fecha de caducidad, a pesar de que utiliza la tecnología para sus logros.

Tras la intro puramente ambiental, comienza en lo más alto “Hoy me has dicho hola por primera vez”. Utilizando un lenguaje arriesgadamente emocional, en el filo de lo cursi en frases como “con tu voz transparente y tu sonrisa de miel”, el protagonista, un tímido que no es difícil identificar con el propio autor, fantasea con la posibilidad de una cita perfecta junto a la chica de sus sueños, en la que hablar de música, cine o libros… pero ella tiene novio y no parece muy interesada en el desdichado protagonista. Con esta sencilla temática, que se repite a lo largo de todo el disco, historias de amores soñados, imposibles o improbables, desamores y luchas por superarlos; con una temática, en definitiva, bastante melancólica pero revestida de un traje de beats acelerados, de europop, de música que remite a la nueva ola, al pop español de los 80 y a la música surf, a Brian Wilson y al J-pop. Canciones para bailar mientras se te rompe el corazón.

Esta forma de hacer canciones se repite a lo largo de toda la carrera de La Casa Azul, pero nunca de una manera tan orgánica y sutil. En “Galletas”, oda a la higiene sentimental tras un fracaso amoroso, todo un himno lleno de palmas con unos arreglos spectorianos que sube y baja para dejar sin resuello al oyente, contagiado de la felicidad por este desamor superado. La exultante “Chicle Cosmos”, puro europop que remite a Pet Shop Boys o a Saint Etienne, pero también a un sonido un tanto más machaca propio del eurobeat que arrasó las radiofórmulas en los primeros noventa.

El gozoso recorrido continúa con la encantadora “Sin canciones”, ensoñación ensimismada con una gran influencia de The Beach Boys y la música surf, en la que se cita a los seminales para tantas bandas Los Fresones Rebeldes. “Me gustas” es una vuelta de tuerca al “¿le gustaré?” tan adolescente. Y para finalizar, la canción clave, no sólo la mejor de este disco -quizá de toda su discografía-, sino todo un himno y un ejemplo de cómo debería ser una canción pop perfecta.

“Cerca de Shibuya” en un mundo perfecto haría que el disco vendiese millones de copias y que fuese coreado por miles de personas en conciertos en estadios, que sonase en todos los coches de choque de las fiestas en verano y que los chicos de la academia de Operación Triunfo se pegasen por ser ellos quienes la interpretasen. Pero no vivimos en un mundo perfecto. Por supuesto esto no pasó, pero la canción no deja de ser un tratado de la música popular contemporanea, mezclando chicle pop, tecno-pop, música de desecho que alimenta las FM, samples de un modem al conectarse a Internet, y, como dice el título, música perfectamente equiparable al Shibuya-kei. El bohemio e hipertecnológico barrio de Tokio sirve de metáfora sobre un paraíso sentimental, de libertad y felicidad exultante, lleno de “sensaciones pop”, “una invitación para viajar a un nuevo mundo”. Inagotable, inabarcable en su producción, conteniendo toda esa cultura musical extensiva del Guille coleccionista compulsivo de música y obsesionado por los grandes productores de los años sesenta. Una irreprochable obra maestra.

El disco se cierra con el único pero posible. Un bonus track sin acreditar, en clave más acústica, que parece querer remitir a “God only knows” de The Beach Boys con desigual resultado. Rompe con la homogeneidad del conjunto y no aporta nada realmente distintivo. Sin ser una mala canción, es evidente que poco suma al resultado final.

En el año 2006 Elefant reedita el disco con los añadidos de las maquetas previas, la aportación de La Casa Azul al homenaje a Family, y un concierto de la época del disco con nuevo diseño, también de Gregorio Soria como el original (que junto a Guille fue artífice del sello Annika) y que, como no puede ser de otro modo, es más interesante para completistas que el disco original debido a la disparidad de sonido de cada parte del mismo.

De igual forma no deja de tener su interés, y recupera alguna canción que solía aparecer en los directos, aún sin estar editadas, como la simpática “Tang de naranja, Colajet de limón”.

8 pistas

1 Intro
2 Hoy me has dicho hola por primera vez
3 Galletas
4 Chicle Cosmos
5 Sin canciones
6 Me gustas
7 Cerca de Shibuya
8 Bonus track

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Tan Simple Como el Amor



Las versiones o las citas sirven en el arte en general, y en la música en particular, para contextualizar a un artista y, para qué negarlo, dar pistas elegidas o falsas a los que escriben y analizan esa música. Comenzar un disco como “Tan Simple Como el Amor” (Elefant, 2003) con un tema en el que se cita a The in Crowds, a Barry White preñado de coros duduá, y con un innegable aire a la música surf (Brian Wilson es una de las obsesiones de Guille), es dejar las cartas boca arriba desde el minuto uno.

Tras la maravilla que constituyó “El Sonido Efervescente de La Casa Azul” (Elefant, 2000), se hace esperar este nuevo disco nada menos que tres años. Para muchos, el debut oficial, debido a que el anterior era un disco de apenas ocho canciones. Para el que esto escribe, es su segundo disco tanto por intenciones (una evolución consciente en sonido del anterior), como por carácter de obra completa en sí misma del primero. De hecho, este “Tan Simple Como el Amor” es mucho más disperso, irregular, y supone un pequeño traspiés.

El inicio es excelente otra vez. “En noches como la de hoy” un sonido heredero de canciones como “Barbara Ann” de The Beach Boys (imposible no menear la cabeza al ritmo transportado desde los 60 al siglo XXI), no como un mero ejercicio caligráfico sino como una actualización en clave barcelonesa de ese ritmo, y con una producción sobresaliente, agotadora, con miles de lecturas. Unos coros finales pasados por el filtro del vocoder nos recuerda que ya es 2003.

La energetizante “Quiero parar” parece una sintonía de dibujos animados, de Scooby Doo, un tema de los Monkees, un número de un musical hippie, perjudicado por una letra con tópicos no muy afortunados (hablar de caramelos es ponérselo demasiado fácil a tus detractores). Le sigue uno de los momentos estelares, la mágica “Vamos a volar”, vaporosa muestra de sonido Filadelfia con delicados vientos, cuerdas de plástico, y una suave cama electrónica de la que es imposible escapar. Aderezada con un sample de una conversación intrascendente, pero que en su intranscendencia da un toque de absoluta sofisticación, es todo un triunfo.

En “El Sol no brillará nunca más” se vuelve a los sonidos heredados del pop asiático, y aunque te invite a la pista de baile, nuevamente la letra es bastante tétrica, un canto dolido a la vuelta del amor que te deja de lado. Ahogada un poco en los filtros que utiliza Guille para retocar su voz (hay que admitir que no es un brillante intérprete), reconoce a la vez que necesita con desesperación al amor de su vida, pero que se entrega a lo mundano de otros cuerpos si lo pide el instinto.

Aquí comienza un bache importante. La terrible “Cambia tu vida” puede que encierre un mensaje muy trascendente, pero falla y está más cerca de una canción de misa que de una aparentemente buscada lisergia psicodélica, a tenor de lo que indica la instrumentación. “El secreto de Jeff Lyne”, homenaje a uno de sus productores favoritos, queda a años luz del modelo buscado. Además, por acumulación, los coros llenos de papapás comienzan a agotar y a dar una sensación de monotonía que puede ser injusta (el disco es muy variado, incluso disperso). El trío de fallos consecutivos se completa con “Prefiero bailar”: la no muy afortunada inclusión de una voz femenina con deficiente entonación da la puntilla. Una letra que sirve tanto para describir a ciertos personajes de la noche muy reconocibles, como para los críticos que parecen no enterarse de lo que los grupos quieren transmitir con su música. Dicho queda.

La breve “C'est fini” levanta el vuelo. Por momentos es casi un plagio de la celebérrima "Love so fine" de Roger Nichols and the Small Group of Friends (ese final clavado). Con una magnífica producción, y un uso del estéreo buscando matices como en los primeros momentos de este elemento de la ingeniería musical, es uno de los puntos estelares de la grabación. Lástima de otro momento bache en “El Sol siempre brilla”, que remite al pop español de los años 60 (de hecho cita a Los Gritos, pero suena a Fórmula V).

A partir de aquí el disco vuelve a tomar los bríos de la primera parte y encadena una serie de irresistibles hits para todos los públicos. El single de adelanto con el provocativo título de “Superguay”, que una vez más deja en bandeja a los críticos de la banda las acusaciones facilonas de música intrascendente, con un toque pijo para cabezas huecas, cuando en realidad la canción habla de lo contrario. Un video de estética pop hipertrofiada (como la mayoría de las fotos, material audiovisual, iconos, apariciones en televisión, en definitiva, la imágen del "ficticio" grupo), tampoco ayuda a desprenderse del estereotipo más tópico que uno pueda imaginarse.

La entrañable “Por si alguna vez te vas”, con un ligero toque country pero unida también al northern soul británico, tiene una de las letras más convincentes y trabajadas. El final es propio de Rocky Sharpe and the Replays. “Aunque parezca lo mejor”, acelerada como si la pisasen los talones, casi sin dar tiempo a Guille a cantarla, pone a prueba sus limitadas dotes vocales como intérprete.

El disco se cierra con la otra canción elegida como sencillo, la extraordinaria “Como un fan”, juego de palabras (¿quizá un homenaje a las adorables Astrogirls?) que establece símiles de diferentes ámbitos de la vida (desde los futbolísticos hasta los musicales), contando el deslumbramiento del amor que evita ver los numerosos defectos que contiene la persona amada, y que perdonamos “como un fan” se los perdona, pero que al distanciarnos se convierte en bilis y reproches por no haberlos visto en aquel momento, tornándose el dolor en puro sarcasmo.

El final, propio del cheesecore de los Países Bajos, sorprende pero se integra a la perfección. Sensacional. Otra vez añade un bonus track, de menos de un minuto que, como en el disco anterior, no aporta nada, y en el que vuelve a lanzarse contra los (¿sus?) críticos.

En definitiva, un irregular catálogo de (grandes) aciertos y errores que allanaban el camino para el éxito masivo que llegaría en la siguiente obra, tras un periodo en que uno de sus trabajos alimenticios lo convertiría en todo un fenómeno mediático. Me refiero, por supuesto al archiconocido “Amo a Laura” que hizo para la cadena televisiva MTV. También todo un catálogo y declaración de principios que en menos de cincuenta segundos desfilen por las letras los fantasmas de Barry White, La ELO, The in Crowds, Stereolab, Ben Folds Five, Los Gritos, Cris Montez, Billy Joel, The Clash, el softpop…

Queda para la reflexión cuántos de sus fans ya conocen estas disecciones o cuántos de ellos investigaran en el fascinante mundo de espejos que nos propone Guille Milkyway.

14 pistas

1 En noches como la de hoy
2 Quiero parar
3 Vamos a volar
4 El Sol no brillará nunca más
5 Cambia tu vida
6 El secreto de Jeff Lynne
7 Prefiero bailar
8 C'est fini
9 Siempre brilla el Sol
10 Superguay
11 Por si alguna vez te vas
12 Aunque parezca lo mejor
13 Como un fan
14 Preferimos soñar [Bonus Track]

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La Revolución Sexual



Tras una época convulsa en lo profesional (el terremoto de “Amo a Laura” aún no había quedado atrás y se convierte en una pregunta comodín en cualquier entrevista), vuelve Guille Milkyway tras un prolongado silencio discográfico (cuatro años desde el anterior larga duración).Una mirada superficial de sus críticos puede llevar a pensar que, en realidad, no ha cambiado mucho en su personalísimo mundo de influencias en primer plano, y melodías que conjugan la excitación musical con el mal rollo en los textos, sonido A&M, y desazón vital. Pero muchas cosas sí que han cambiado.

El primer cambio que se aprecia es a nivel estético. Una portada blanco nuclear, eliminando el rastro de los actores que componían la imagen de La Casa Azul, muy sobria, en contraposición con lo que alberga. Aún así, es obra del diseñador habitual Gregorio Soria. Sin duda su periplo asiático es un elemento de importancia capital en la composición.

Mirando al fenómeno del pop japonés y a los grupos de shibuya-key, e integrándolos de forma definitiva en su sonido, apenas deja un respiro ni espacio a los medios tiempos que tanto perjudicaban el disco anterior. En las letras se aprecia también una evolución de mirar más a su alrededor que el ensimismamiento de los anteriores esfuerzos. Es un disco sobre el mundo, más que sobre su mundo, y el sonido lo acompaña. Sigue habiendo todas las clásicas referencias a la vida de club en la muy Saint Etienne -pero también muy A&M-, “Chicos malos”, maravillosa madurez de un estilo en la que es dueño de un registro vocal mucho más amplio y trabajado, aún estando cubierto por filtros y capas de sonido. La exhuberancia de la música disco en todo su esplendor.

Aunque la que abre fuego tras unos sonidos de videojuego de sala recreativa, “La nueva Yma Sumac” (metáfora utilizando a la soprano peruana como ejemplo de un logro supremo) parece indicar una vuelta a los sonidos menos sintéticos, la verdad es que el resto del disco no continúa por ese camino, dominado más que nunca por una mirada puesta en la sala de baile, como la titular. Hit indiscutible que funciona a todos los niveles, tanto como hedonista jugada maestra para mover el cuerpo, como un contrapunto en el plano subtextual de “Amo a Laura”. Por cierto, el inicio de la canción engaña, y por unos momentos parece que lo que va a sonar es “Ritmo de la noche” el patillero himno de Mistyc.

Aún hay ciertas citas a la primera etapa del grupo, como “Una cosa o dos”, que no hubiese desentonado en el primero o segundo disco. Lo mismo se puede decir de “Prefiero no”, la más guitarrera del álbum en la que, cosa curiosa, hace un catálogo de cosas que le molestan y que encuentra criticables para decir con cinismo que prefiere no hablar de esos temas. “El momento más feliz” podría sustituir sin problemas cualquiera de los temas de “El Sonido Efervescente de La Casa Azul” (Elefant, 2000). Todo un piropo para esta preciosa canción con una letra de retorcido romanticismo. Además en su segunda parte casi casi se podría jurar que a ratos es una relectura del ma-ra-vi-llo-so “Shout to the top!” de Style Council (grupo con el que comparte muchas filias).

El disco está trufado de referencias a la cultura oriental, a veces en forma de samples, como la insulsa “Triple salto mortal”, que comienza como una especie de indigestión de Daft Punk para convertirse en pop de guitarras con base electrónica a lo Helen Love (sin conseguirlo).

Sin duda la mayor fortaleza del disco se encuentra en un bloque central de temas que basculan entre las vigorizantes, como “No más Myolastan”, que podrían haber firmado el grupo italiano de eurobeat tardío Eiffel 65, tanto por el tratamiento de la voz, como por la eficaz simpleza de la base. El tema trata de los problemas de estrés que sufrió debido a su trabajo como músico mercenario. Ese, el de la ansiedad, es otro de los grandes sujetos de este trabajo. “La gran mentira”, con coros a lo pitufo makinero, podría ser parte de cualquiera de los dos excelentes discos de TCR. La ya citada “Chicos malos” se convierte en robusta espina dorsal de “La Revolución Sexual” (Elefant, 2007).

Aunque por encima de todas destaca la insoportablemente bonita “Esta noche cantan para mí”, catálogo de filias del autor por el que desfilan algunas de sus vocalistas femeninas favoritas, como Nina Simone, Blosson Dearie, Dusty Springfield, Kirsty MacColl, Astrud Gilberto o Karen Carpenter. Una canción que remite lo mismo a la era disco que al sonido Stax.

El instrumental “Un mundo mejor”, lleno de más samples (esta vez no sólo nipones sino también italianos) como único acompañamiento vocal cierra un disco diverso y estimulante cuyo máximo interrogante que deja abierto es el camino que podrán tomar las composiciones en el futuro, porque la fórmula aquí aparece perfeccionada… y agotada. Otra ración de toneladas de vocoder, de mezcla entre el chicle pop y europop, o insistir en metáforas futbolísticas, no parece una idea demasiado estimulante.

13 pistas

1 La nueva Yma Sumac
2 La revolución sexual
3 Prefiero no
4 El momento más feliz
5 Mis nostálgicas manías
6 No más Myolastan
7 La gran mentira
8 Chicos malos
9 Una cosa o dos
10 Mucho más de lo normal
11 Esta noche sólo cantan para mí
12 Triple salto mortal
13 Un mundo mejor

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La casa azul



Antes de este artículo: Si quieres oír algún tema de cualquier disco de La casa azul solo tienes que hacer click en el enlace del menú: Discografía de Delorean, en dónde los nombres de las canciones son enlaces a cada una de ellas (siempre que estuviesen disponibles en la web)

Comenzaremos este artículo sobre uno de los grupos del indie español con un poco de su historia... ( artículo perteneciente a la Fonoteca, escrito por L.S.Daniel):

Dice Guille Milkyway, compositor, productor e intérprete único de La Casa Azul, que el proyecto nace de un desengaño amoroso. Como forma de expiación, decide lanzarse a la palestra, y, con paciencia, graba un par de maquetas. Entre 1998 y 1999 empieza a hacer circular "Te Invito a mi Fiesta" (1998) y "Canciones Ligeras" (1999), en las que incluye algunos de sus futuros clásicos, como la asombrosa “Cerca de Shibuya”, que es la que más repercusión tiene, sonando insistentemente en la radio, e incluso apareciendo en listas de lo mejor del año sin estar aún publicada.

Su mayor adalid es Juan de Pablos desde su programa Flor de Pasión, que en esos momentos es una especie de centro neurálgico de un terremoto musical que se está experimentando en el subsuelo de la música en España. Tras la aparición exitosa y en forma de huracán de Los Fresones Rebeldes, gracias a su canción “Al amanecer”, surgen como setas docenas de grupos que rompen con la tradición de los 90: cantan en español, admiran la música de los años 80, y tienen cierto regustillo sixty (incluso en lo estético). Hay un renacer de fanzines, algunos de ellos alcanzando mucha importancia durante esta época, como Georgy Girl, Le Touriste, o Yo-Yo. Hay grupos que editan y venden maquetas por cientos. Docenas de conciertos y fiestas pop desplazan a las bandas indies tradicionales y el barrio Malasaña es un hervidero de esta nueva ola (algunas consecuencias, sobre todo estéticas, de aquello, se pagan hoy en día incluso a través de gente que no sabe ni que ello existió).

La prensa “seria” machaca este fenómeno y lo llama “tontipop”, “nocilla pop”, y otros calificativos no demasiado cariñosos, dedicándose a descalificarlo en cuanto tiene ocasión. En este saco se mete a grupos que no tiene nada que ver: desde los propios Fresones a Meteosat; desde Criaturas Celestiales a La Monja Enana; desde Astrud a Hello Cuca. Todo un desbarajuste.

Pero volvamos a nuestro héroe. Juan de Pablos le invita a tocar en una de sus fiestas estivales de la sala Siroco, junto a Me Enveneno de Azules, Niza y Vacaciones, otros tres grupos que acabarán editando en Elefant, como La Casa Azul, y como otro montón de grupos de esta nueva ola que se potencia en las secciones de maquetas de otros programas como Disco Grande y Diario Pop, en Radio3, o Viaje a los Sueños Polares de los 40 Principales.

En el año 2000 edita su primer disco, el Mini LP de ocho temas, algunos de ellos ya conocidos por sus maquetas, “El Sonido Efervescente de la Casa Azul” (Elefant, 2000). Quizá por el formato no se le presta la atención que debe ya que, a día de hoy, permanece como un ejemplo fresco y vigoroso de música atemporal. El disco no tiene mucho que ver con la escena del tontipop pero tampoco tiene nada que ver con cualquier cosa grabada antes en España. Un catálogo de referencias imposibles de abarcar, un recorrido por la historia del pop desde los años 60 hasta el siglo XXI, pasando por la era disco, el tecno-pop de los 80, o el indie noventero. De Stax a una discoteca del extrarradio valenciano.

Para colmo, Guille, que presume de tímido, inventa un juego metamusical como el de algunos de sus bandas favoritas. Se saca de la manga un quinteto falso de chicos y chicas de muy buen ver diciendo que son la banda y que él es sólo el productor. El escollo del directo (donde muchos conocen la realidad de La Casa Azul) trata de solventarlo diciendo que los tímidos son los chicos y que por eso actúa él. Ellos posan, salen en la tele, en los vídeos, conceden entrevistas... una diversión como otra cualquiera, aunque en estas, la simpleza de las respuestas, el reduccionismo a hablar de gominolas, mundos idílicos y chorradas de ese tipo que tanto hicieron por el estereotipo negativo del pop español del fin de siglo pasado, se vuelven, sin duda, en su contra.

Tardaría tres años en publicar un nuevo disco, para algunos su primero. En “Tan Simple Como el Amor”(Elefant, 2003) se aprecia el esfuerzo por abarcar una paleta de sonidos amplia, pero el resultado es algo decepcionante (sobre todo comparado a lo anterior). Sumado a unas actuaciones muy pobres, caben las dudas sobre el futuro artístico del proyecto. Porque a nivel comercial las cosas van bien. Cada vez tiene más seguidores, agota las entradas de los conciertos y se convierte en un cierto estandarte, y casi único representante, de la explosión pop de unos pocos años. Las críticas al disco, de cualquier modo, no son malas, y en todas destacan la increíble capacidad de Guille para conseguir un sonido personal y rebuscado. Tanta mayor es la cultura del oyente, ese disfrute puede verse ampliado o disminuido si a este le gusta o le disgusta La Casa Azul. Unos lo ponderan como un heredero de una tradición pasada por el tamiz de la personalidad, y los otros lo acusan de un simple caligrafista de fórmulas ya exprimidas. A gusto del consumidor.

Un par de años más tarde se edita el flojísimo EP “Como un Fan” (Elefant, 2003), single extraído del disco con una de las mejores canciones del mismo, acompañado de otras tres mucho menos interesantes y un par de videos con sobredosis de glucosa. El EP funciona de manera satisfactoria y entra en la lista de ventas en el décimo puesto, donde se mantendría cuatro semanas. Se va allanando el camino para el triunfo.

Nada menos que cuatro largos años, con la excepción del poco interesante single, pasan sin publicar nada bajo la denominación de La Casa Azul, aunque sí que publica "In Love" (Annika, 2002) bajo el seudónimo de Milkyway en su propio sello. Es un EP cantado en inglés y con un sonido que, dentro de las mismas coordenadas de La Casa Azul, se mueve por terrenos de aire más retro.

Eso en cuanto a La Casa Azul, porque respecto a la vida musical de Guille Milkyway, da un vuelco total en ámbitos relacionados pero ajenos al propio grupo. La sintonía de Club Disney de TVE, la producción del "Villa Flir" (Siesta, 2006) de Kikí d'Akí, trabajos publicitarios de encargo, y, sobre todo, el fenómeno sociológico sin precedentes del encargo para la MTV del archiconocido “Amo a Laura”, hacen del compositor y miembro único un personaje con un peso específico dentro del chato mundo musical independiente español. Si a esto le añadimos una gira asiática con la edición de sus discos en Japón y Corea (con un éxito inusitado para un grupo español), la creación de la sintonía para un anuncio de Samsung para Asia, o la composición de las canciones de la serie de televisión Gominolas, da como resultado una expectación sin precedentes para un disco editado por Elefant Records. Ese disco sería “La Revolución Sexual”(Elefant, 2007).

Entrevistas en medios como El Mundo o en El País Semanal, portada de Mondo Sonoro, apariciones en todos los medios inimaginables (con referencias inevitables al “Amo a Laura”), todo ello con un Guille cada más seguro de su papel. Tanto, que da un paso tan significativo como insólito, al ser el rostro principal incluso en el clip de adelanto en detrimento del ficticio grupo que había sido la imagen de La Casa Azul desde el principio. Todo esto acaba por convertir los indicios a una realidad cuando en la semana de salida el disco se coloca en la posición número veinticinco de la lista oficial de ventas, algo que hubiese parecido un chiste unos meses antes. Agotando de inmediato una edición especial de 5000 copias, de las tres que se publican de forma simultanea (CD, LP, y esta especial), se extiende una especie de lacasazulsamanía.

A esto se le añade una gira en condiciones, ambiciosa en cierto modo, con una puesta en escena trabajada (denominada por el crítico Victor Lenore como un Zoo TV a escala reducida), que consigue agotar las entradas por donde pasa. Para completar la jugada, por primera vez los medios se ponen de acuerdo en alabar la calidad de las composiciones y se coloca en los primeros puestos de muchas de las publicaciones especializadas en sus resúmenes de final de año. Es curioso cómo prensa que incluso ignoraba el proyecto empieza a destacar como novedosos los mismos elementos que estaban desde el principio (la dualidad entre el sonido eufórico y unas letras bastante desazonantes, por ejemplo).

Con el viento a favor todo se plantea con el camino allanado para La Casa Azul como proyecto. El beneplácito de la crítica y, el más importante aún, del público, las únicas dudas que pueden plantear son sobre la capacidad de desarrollo futuro para un grupo con una definición de sí mismo tan estricta. Y no hablo sólo de que el próximo disco sea de punk o con gaitas, sino de la capacidad para la reinvención, o la senda de la monotonía más o menos acertada.

Como curiosidad esta es la formación del grupo “fantasma”:

David (voz solista, bajo, guitarra y stylophon) , Virginia (guitarra melódica, coros y algunos vientos), Sergio (bajo, minimoog, YamahaCS60, vocoder y mellotron), Clara (piano, hammond, clavicémbalo, casiotone, wurlitzer, clavinet, vibráfono, flauta y algunas cuerdas), y Óscar (voz solista, batería, pandereta, cascabeles y triángulo).